sábado, 17 de julio de 2010

"El que se enterró" de Miguel de Unamuno

Era extraordinario el cambio de carácter que sufrió mi amigo. El joven jovial, dicharachero y descuidado, habíase convertido en un hombre tristón, taciturno y escrupuloso.
Sus momentos de abstracción eran frecuentes y durante ellos parecía como si su espíritu viajase por caminos de otro mundo. Uno de nuestros amigos, lector y descifrador asiduo de Browning, recordando la extraña composición en que éste nos habla de la vida de Lázaro después de resucitado, solía decir que el pobre Emilio había visitado la muerte. Y cuantas inquisiciones emprendimos para adivinar la causa de aquel misterioso cambio de carácter fueron inquisiciones infructuosas.
Pero tanto y tanto le apreté y con tal insistencia cada vez, que por fin un día, dejando transparentar el esfuerzo que cuesta una resolución costosa y muy combatida, me dijo de pronto: "Bueno, vas a saber lo que me ha pasado, pero le exijo, por lo que le sea más santo, que no se lo cuentes a nadie mientras yo no vuelva a morirme." Se lo prometí con toda solemnidad y me llevó a su cuarto de estudio, donde nos encerramos.
Desde antes de su cambio no había yo entrado en aquel su cuarto de estudio. No se había modificado en nada, pero ahora me pareció más en consonancia con su dueño. Pensé por un momento que era su estancia más habitual y favorita la que le había cambiado de modo tan sorprendente.
Su antiguo asiento, aquel ancho sillón frailero, de vaqueta, con sus grandes brazos, me pareció adquirir nuevo sentido. Estaba examinándolo cuando Emilio, luego de haber cerrado cuidadosamente la puerta, me dijo, señalándomelo:
—Ahí sucedió la cosa.
Le miré sin comprenderle.
Me hizo sentar frente a él, en una silla que estaba al otro lado de su mesita de trabajo, se arrellanó en su sillón y empezó a temblar. Yo no sabía qué hacer.
Dos o tres veces intentó empezar a hablar y otras tantas tuvo que dejarlo. Estuve a punto de rogarle que dejase su confesión, pero la curiosidad pudo en mí más que la piedad, y es sabido que la curiosidad es una de las cosas que más hacen al hombre cruel. Se quedó un momento con la cabeza entre las manos y la vista baja; se sacudió luego como quien adopta una súbita resolución, me miró fijamente y con unos ojos que no le conocía antes, y empezó:
—Bueno; tú no vas a creerme ni palabra de lo que te voy a contar, pero eso no importa. Contándotelo me libertaré de un grave peso, y me basta. No recuerdo qué le contesté, y prosiguió:
—Hace cosa de año y medio, meses antes del misterio, caí enfermo de terror. La enfermedad no se me conocía en nada ni tenía manifestación externa alguna, pero me hacía sufrir horriblemente. Todo me infundía miedo, y parecía envolverme una atmósfera de espanto. Presentía peligros vagos. Sentía a todas horas la presencia invisible de la muerte, pero de la verdadera muerte, es decir, del anonadamiento.
Despierto, ansiaba porque llegase la hora de acostarme a dormir, y una vez en la cama me sobrecogía la congoja de que el sumo se adueñara de mí para siempre. Era una vida insoportable, terriblemente insoportable. Y no me sentía ni siquiera con resolución para suicidarme, lo cual pensaba yo entonces que sería un remedio. Llegué a temer por mi razón ...
—¿Y cómo no consultaste con un especialista? —le dije por decirle algo.
—Tenía miedo, como lo tenía de todo. Y este miedo fue creciendo de tal modo, que llegué a pasarme los días enteros en este cuarto y en este sillón mismo en que ahora estoy sentado, con la puerta cerrada, y volviendo a cada momento la vista atrás. Estaba seguro de que aquello no podía prolongarse y de que se acercaba la catástrofe o lo que fuese. Y en efecto llegó.
Aquí se detuvo un momento y pareció vacilar.
—No lo sorprenda el que vacile —prosiguió—porque lo que vas a oír no me lo he dicho todavía ni a mí mismo. El miedo era ya una cosa que me oprimía por todas partes, que me ponía un dogal al cuello y amenazaba hacerme estallar el corazón y la cabeza. Llegó un día, el siete de setiembre, en que me desperté en el paroxismo del terror; sentía acorchados cuerpo y espíritu. Me preparé a morir de miedo. Me encerré como todos los días aquí, me senté donde ahora estoy sentado, y empecé a invocar a la muerte. Y es natural, llegó —advirtiéndome la mirada, añadió tristemente:— Sí, ya sé lo que piensas, pero no me importa.
Y prosiguió:
—A la hora de estar aquí sentado, con la cabeza entre las manos y los ojos fijos en un punto vago más allá de la superficie de esta mesa, sentí que se abría la puerta y que entraba cautelosamente un hombre. No quise levantar la mirada. Oía los golpes del corazón y apenas podía respirar. El hombre se detuvo y se quedó ahí, detrás de esa silla que ocupas, de pie, y sin duda mirándome.
Cuando pasó un breve rato me decidí a levantar los ojos y mirarlo. Lo que entonces pasó por mí fue indecible; no hay para expresarlo palabra alguna en el lenguaje de los hombres que no se mueren sino una sola vez. El que estaba ahí, de pie, delante mío, era yo, yo mismo, por lo menos en imagen. Figúrate que, estando delante de un espejo, la imagen que de ti refleja en el cristal se desprende de éste, toma cuerpo y se te viene encima...
—Sí, una alucinación... —murmuré.
—De eso ya hablaremos —dijo y siguió—: Pero la imagen del espejo ocupa la postura que ocupas y sigue tus movimientos, mientras que aquel mi yo de fuera estaba de pie, y yo, el yo de dentro de mí, estaba sentado.
Por fin el otro se sentó también, se sentó donde tú estás sentado ahora, puso los codos sobre la mesa como tú los tienes, se cogió la cabeza, como tú la tienes, y se quedó mirándome como me estás ahora mirando.
Temblé sin poder remediarlo al oírle esto, y él, tristemente, me dijo:
—No, no tengas también tú miedo; soy pacífico.
Y siguió:
—Así estuvimos un momento, mirándonos a los ojos el otro y yo, es decir, así estuve un rato mirándome a los ojos. El terror se había transformado en otra cosa muy extraña y que no soy capaz de definirte; era el colmo de la desesperación resignada. Al poco rato sentí que el suelo se me iba de debajo de los pies, que el sillón se me desvanecía, que el aire iba enrareciéndose, las cosas todas que tenía a la vista, incluso mi otro yo, se iban esfumando, y al oír al otro murmurar muy bajito y con los labios cerrados: "Emilio, Emilio", sentí la muerte. Y me morí.
Yo no sabía qué hacer al oírle esto. Me dieron tentaciones de huir, pero la curiosidad venció en mí al miedo. Y él continuó:
—Cuando al poco rato volví en mí, es decir, cuando al poco rato volví al otro, o sea, resucité, me encontré sentado ahí, donde tú te encuentras ahora sentado y donde el otro se había sentado antes, de codos en la mesa y cabeza entre las palmas contemplándome a mí mismo, que estaba donde ahora estoy.
Mi conciencia, mi espíritu, habían pasado del uno al otro, del cuerpo primitivo a su exacta reproducción. Y me vi, o vi mi anterior cuerpo, lívido y rígido, es decir, muerto. Había asistido a mi propia muerte. Y se me había limpiado el alma de aquel extraño terror. Me encontraba triste, muy triste, abismáticamente triste, pero sereno y sin temor a nada. Comprendí que tenía que hacer algo; no podía quedar así y aquí el cadáver de mi pasado.
Con toda tranquilidad reflexioné lo que me convenía hacer. Me levanté de esa silla, y, tomándome el pulso, quiero decir, tomando el pulso al otro, me convencí de que ya no vivía.
Salí del cuarto dejándolo aquí encerrado, bajé a la huerta, y con un pretexto me puse a abrir una gran zanja. Ya sabes que siempre me ha gustado hacer ejercicio en la huerta. Despaché a los criados y esperé la noche. Y cuando la noche llegó cargué a mi cadáver a cuestas y lo enterré en la zanja. El pobre perro me miraba con ojos de terror, pero de terror humano; era, pues, su mirada una mirada humana. Le acaricié diciéndole: no comprendemos nada de lo que pasa, amigo, y en el fondo no es esto más misterioso que cualquier otra cosa...
—Me parece una reflexión demasiado filosófica para ser dirigida a un perro —le dije.
—¿Y por qué? —replicó—. ¿O es que crees que la filosofía humana es más profunda que la perruna?
—Lo que creo es que no lo entendería.
—Ni tú tampoco, y eso que no eres perro.
—Hombre, sí, yo lo entiendo.
—¡Claro, y me crees loco!...
Y como yo callara, añadió:
—Te agradezco ese silencio. Nada odio más que la hipocresía. Y en cuanto a eso de las alucinaciones, he de decirte que todo cuanto percibimos no es otra cosa, y que no son sino alucinaciones nuestras impresiones todas. La diferencia es de orden práctico. Si vas por un desierto consumiéndote de sed y de pronto oyes el murmurar del agua de una fuente y ves el agua, todo esto no pasa de alucinación. Pero si arrimas a ella tu boca y bebes y la sed se te apaga, llamas a esta alucinación una impresión verdadera, de realidad. Lo cual quiere decir que el valor de nuestras percepciones se estima por su efecto práctico. Y por su efecto práctico, efecto que has podido observar por ti mismo, es por lo que estimo lo que aquí me sucedió y acabo de contarte. Porque tú ves bien que yo, siendo el mismo, soy, sin embargo, otro.
—Esto es evidente...
—Desde entonces las cosas siguen siendo para mí las mismas, pero las veo con otro sentimiento. Es como si hubiese cambiado el tono, el timbre de todo. Vosotros creéis que soy yo el que he cambiado y a mí me parece que lo que ha cambiado es todo lo demás.
—Como caso de psicología... –murmuré.
—¿De psicología? ¡Y de metafísica experimental!
—¿Experimental? –exclamé.
—Ya lo creo. Pero aún falta algo. Ven conmigo.
Salimos de su cuarto y me llevó a un rincón de la huerta. Empecé a temblar como un azogado, y él, que me observó, dijo:
—¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡También tú! ¡Ten valor, racionalista!
Me percaté entonces de que llevaba un azadón consigo. Empezó a cavar con él mientras yo seguía clavado al suelo por un extraño sentimiento, mezcla de terror y de curiosidad. Al cabo de un rato se descubrió la cabeza y parte de los hombros de un cadáver humano, hecho ya casi esqueleto. Me lo señaló con el dedo diciéndome:
—¡Mírame!
Yo no sabía qué hacer ni qué decir. Volvió a cubrir el hueco. Yo no me movía.
—Pero ¿qué te pasa, hombre? —dijo, sacudiéndome el brazo.
Creí despertar de una pesadilla. Lo miré con una mirada que debió de ser el colmo del espanto.
—Sí —me dijo—, ahora piensas en un crimen; es natural. ¿Pero has oído tú de alguien que haya desaparecido sin que se sepa su paradero? ¿Crees posible un crimen así sin que se descubra al cabo? ¿Me crees criminal?
—Yo no creo nada —le contesté.
—Ahora has dicho la verdad; tú no crees en nada y por no creer en nada no te puedes explicar cosa alguna, empezando por las más sencillas. Vosotros, los que os tenéis por cuerdos, no disponéis de más instrumentos que la lógica, y así vivís a oscuras...
—Bueno —le interrumpí—, y todo esto ¿qué significa?
—¡Ya salió aquello! Ya estás buscando la solución o la moraleja. ¡Pobres locos! Se os figura que el mundo es una charada o un jeroglífico cuya solución hay que hallar. No, hombre, no; esto no tiene solución alguna, esto no es ningún acertijo ni se trata aquí de simbolismo alguno. Esto sucedió tal cual te lo he contado, y, si no me lo quieres creer, allá tú.
Después de que Emilio me contó esto y hasta su muerte, volví a verle muy pocas veces, porque rehuía su presencia. Me daba miedo. Continuó con su carácter mudado, pero haciendo una vida regular y sin dar el menor motivo a que se le creyese loco.
Lo único que hacía era burlarse de la lógica y de la realidad. Se murió tranquilamente, de pulmonía, y con gran valor. Entre sus papeles dejó un relato circunstanciado de cuanto me había contado y un tratado sobre la alucinación. Para nosotros fue siempre un misterio la existencia de aquel cadáver en el rincón de la huerta, existencia que se pudo comprobar.
En el tratado a que hago referencia sostenía, según me dijeron, que a muchas, a muchísimas personas les ocurren durante la vida sucesos trascendentales, misteriosos, inexplicables, pero que no se atreven a revelar por miedo a que se les tenga por locos.
"La lógica —dice— es una institución social y la que se llama locura una cosa completamente privada. Si pudiéramos leer en las almas de los que nos rodean veríamos que vivimos envueltos en un mundo de misterios tenebrosos, pero palpables".

miércoles, 14 de julio de 2010

Viaje en el tiempo


El científico estaba muy concentrado en su habitación, hacía más de cuatro horas sin parar que estaba trabajando en su gran invento. Martillaba ajustaba y colocaba tuercas. Después de haber trabajado, por fin había terminado su gran invento una "maquina del tiempo" tenía una extraña forma algo circular con muchos colores dentro de ella.

El científico algo asustado de cómo podra funcionar toco el botón de encendido, la máquina se encendió y lo subsionó por completo, lo trasladó al pasado al año 1810. Vio dentro de la máquina a las mujeres con largos vestidos y peinetas en sus largos cabellos, y a los hombres con traje y un sombrero que les cubría toda la cabeza. Los ciudadanos de la época estaban bailando el minué, tomándose de la mano y dando giros, las mujeres con vestidos de colores.

El hombre observaba esta escena sin bajarse de la máquina, pero de pronto oprimió el botón verde, el invento respondió y lo trasladó a la época del hombre prehistorico observó cómo cazaban y le cantaban a la luna.

Los hombres vestían con grandes pieles y tenían un aspecto de suciedad y estaban algo ergidos se quedó contemplándolos por un rato, se le ocurrió oprimir el botón con una figura triangular de color amarilla y lo llevó cuando él estaba construyendo la máquina salió por un instante del invento, se vio a sí mismo y se asustó. Volvió a meterse en la máquina que estaba flotando en el aire como esperandolo, le pareció extraño, tocó el botón violeta y lo llevó a la época de los dinosaurios eran gigantes, se veían muy feroces tenían una larga cola y ojos rojos, de pronto, un dinosaurio se acercó a la máquina observándolo. El científico, desesperado por la situación, deseaba irse del lugar y en un instante el invento desapareció por completo y despertó, "el dinosaurio todavía estaba allí".
Autora: María Eugenia Köhler
Género: Ciencia Ficción

El nuevo integrante


Había una vez en la década del setenta Jessy, una cantante, que pertenecia a una banda de rock se encontraba en una ciudad donde la gente era muy respetuosa todos en ese barrio se conocían. Las mujeres se vestian con finos vestidos de colores y adornaban sus largos cabellos con hermosos moños.Los hombres super caballeros, respetuosos se vestian con trajes y sombreos.
Jessy y su banda fue convocada a una entrevista en vivo para un programa de television en Estados Unidos.
La banda se reúne para viajar en una semana. Viajarían en una casa rodante que pertenecía a la banda. Se podía viajar tranquilamente por que era muy cómoda, tenía un televisor, un baño y camas.
La noche anterior al viaje, Jessy, la cantante, estaba preparando lo último que le faltaba poner en su valija, de repente escuchó un ruido en la puerta.Muy asustada y temblorosa se acercó y muy sigilosamente miró por la ventana para ver qué había ocurrido. Observó que al lado de la puerta se encontraba una caja de cartón, desde la ventana no se podia observar qué contenía esa misteriosa caja.
Jessy no quería salir pero la curiosidad era más que el susto,salió de la casa abrió la caja y en ella encontró un perrito muy pequeño que estaba envuelto entre frazadas por qué hacía frio y estaba lloviendo.
A la joven le dio tanta pena que lo entró pero no podia conservarlo, ya que tenia que viajar a Estados Unidos para la entrevista que tenía la banda.
Al día siguiente, Jessy se reunió con su banda, como la casa rodante se les rompió viajaron en el avión.
La joven escondió al cachorro en su cartera por qué no quiso dejarlo.
El avión tuvo que parar por mal tiempo entonces se quedaron en un hotel, los integrantes de la banda no sabían nada que Jessy tenía escondido un perrito entonces se fueron a descansar. La joven alimentó y le dió agua al cachorro hambriento y se quedó dormida.
Al dia siguiente cuando despertaron encontraron todos los zapatos destruidos. Jessy le explicó lo que había ocurrido. Salí el baterista se molestó por lo que pasó en el hotel, la banda casi se separa pero Jessy afirmó que pagaría todos los daños del hotel y los zapatos rotos.
Pagaron los daños y viajaron. El tramo que les quedaba no se pronunció una sola palabra, para la entrevista faltaban dos dias entonces cuando llegaron dejaron sus pertenencias y decidieron ir a pescar.Estaban pescando cuando Salí, el baterista, se tropezó con una piedra y cayó directo al río al que estaban pescando, este no sabía nadar a sí que pedía con desesperación ayuda.
El perrito que no era tan pequeño de edad y sabia nadar, bajó por unas piedras
hasta el río, llegó hasta donde estaba el baterista, con la boca lo agarró de la campera roja que él tenía, lo llevo hasta la orilla sano y salvo.
Al cabo de un instante Jessy y los demás integrantes vieron al baterista acostado en el suelo mojado, corrieron hacia él lo levantaron y estaba bien, solo que le sangraba la nariz, lo auxiliaron y luego relato lo que había sucedido.
Fueron a la entrevista y allí contaron que el perrito le había salvado la vida al baterista de la banda, lo presentaron.
Como no le pusieron nombre, ahí mismo lo nombraron, lo llamaron Rocky y fue la mascota estrella de la banda de rock.
Autora: Bárbara María Köhler

lunes, 12 de julio de 2010

CONCURSO LITERARIO 2010


Podrán participar todos los alumnos del Instituto en sus distintos niveles y modalidades.

El concurso se divide en dos categorías: Cuento y Poesía.

CUENTO:

TEMA LIBRE

Presentar con seudónimo dos cuentos de tres carillas como máximo (Escritas a máquina en hoja oficio y a doble interlínea)

Adjuntar un sobre cerrado con seudónimo. Adentro incluir los datos personales (nombre, dirección, cuatrimestre, turno, D.N.I.)

POESÍA:

TEMA LIBRE

Presentar con seudónimo hasta tres poemas de no más de 30 versos

cada uno.

Adjuntar datos personales en sobre cerrado con seudónimo (igual

que para el concurso de cuento).

El jurado estará integrado por todos los profesores de Lengua y Literatura del Instituto.

La fecha límite para la entrega de trabajos es el 10 de Septiembre de 2010 a las 21 hs.

El jurado deberá expedir su veredicto antes del 22 de Octubre de 2010.

Los trabajos deberán ser entregados en Secretaría Docente.

- Los premios, en ambas categorías, serán los siguientes:

1º Premio: Beca completa para el año lectivo 2011.

2º Premio: Beca para el 1º Semestre 2011 o Media Beca para todo el Año 2011 según corresponda. [Plan Cuatrimestral o Anual].

CONCURSO FOTOGRÁFICO 2010


  • Podrán participar todos los alumnos de los distintos niveles y modalidades.

  • Podrán presentar hasta 3 fotografías en tamaño 20 x 25 y a color.

  • El tema del concurso será: “URQUIZA HOY”.

  • Deberá ser presentado en sobre cerrado con seudónimo y en otro sobre con su seudónimo colocarán sus datos personales, el curso, el Plan y el turno al que asisten.

  • La fecha límite para la entrega de trabajos es el 13 de Agosto de 2010.

  • Los trabajos deberán ser entregados en Secretaría Docente.

El jurado deberá expedir su veredicto antes del viernes 20 de Agosto de 2010.

El jurado estará integrado por los docentes de las áreas de Lengua y Literatura, Ciencias Sociales, Exactas y Naturales.

Los premios serán:

1º Premio: Beca Completa para un año de estudio según corresponda.

2º Premio: Media Beca para un año de estudio según corresponda.

Se Sortearán 3 libros entre todos los participantes.

miércoles, 7 de julio de 2010

El Gran Evento

Esta historia ocurre en España, en una ciudad grande, con paisajes sorprendentes
en el siglo XIX donde la gente era respetuosa. Se vestían los hombres con sombrero y un traje
y las mujeres con vestidos largos y un sombrero que les cubría la mitad de la cara, era un lugar
donde no existía la tecnología y donde los chicos pasaban horas leyendo libros, lo más común
era que las familias salieran todos juntos al teatro, circos o grandes festivales.
Los niños estaban felices de salir con sus padres, ahí estaba tomi un niño de tan sólo seis años de edad.En la cara tenía pecas, era pelirrojo, con la piel blanca y las mejillas coloradas.
Él era un niño muy bueno que adoraba el circo pero nunca había tenido la posibilidad de ir.
Soñaba con profundidad estar un día ahi viendo los maravillosos saltos y el león que tenía el animador.
Un día le dijo a su padre que quería que lo llevara al gran evento,su padre al estar tan cansado que le pidiera tanto ir le dijo que lo llevaría para su cumpleaños.A tomi se le formo una gran sonrisa en la cara no podía creer que por fin iba a estar allí,pasaron semanas y algunos días más. Ya faltaba un día para el gran espectáculo, el niño a la noche anterior estaba tan inpaciente que no pudo dormir.Su papá y su mamá lo prepararon con un traje un sombrero y un moño que le adornaba la mitad del cuello.
La función ya iba a comenzar y tomi ya estaba sentado en la butaca con emoción y un gran cosquilleo en el estómago.El lugar en donde se encontraba era amplio, en el escenario había un telón de color rojo y luces que alumbraban parte del escenario y el público. La función ya había comenzado, empezaron los payasos que tenían grandes narices rojas, la cara pintada y pelucas de todos colores luego aparecieron los domadores; había animales de verdad pensaba con disimulo al cabo de un rato iniciada la función le tocaba el turno a los acróbatas que iban a formar la gran pirámide, tomi tenía una gran sonrisa de oreja a oreja.
Sin embargo, cuando los acróbatas habían formado la gran pirámide, en un instante se cayeron todos.Al niño se le borró la sonrisa de la cara, fue tan notable la disilusión en su cara que los acróbatas decidieron arreglarlo todo y ocurrió algo sorprendente: invitaron a tomi al gran escenario. El niño con algo de dureza en su cuerpo se cuestionaba con una gran intriga -¿Qué ocurrirá?¿Por qué lo habían llamado a él? al llegar al lado de los acróbatas le empezaron a cantar el feliz cumpleaños y le tiraron papeles de brillantes colores, tomi se olvidó de lo que había ocurrido y lo paso muy feliz.

viernes, 2 de julio de 2010

"El dinosuario" de Augusto Monterroso



Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

"El hombre invisible" de Gabriel Jiménez Emán



Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

"Cada cosa en su lugar" de Luisa Valenzuela

Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía recordar dónde lo había metido.

"El pozo" de Luis Mateo Díez

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.

Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.

Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.

En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.

"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.

"El drama del desencantado" de Gabriel García Márquez


...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.